Jose Alberto y Ruben
En estos días volvemos nuestra mirada a la Virgen María. Si no queremos perder la ruta, es preciso hacer un alto en el camino y descubrir en ella cómo ser verdaderamente cristianos: ella es el espejo en que mirarse.
Dios decidió encontrarse con nosotros como uno de nosotros: para asumir la realidad humana había de ser condición de absoluta necesidad el sí de una mujer. De otro modo no se podría dar verdadera encarnación. Jesús habría sido pura apariencia humana, puro espejismo. Y no sabría por experiencia propia lo que es sufrir, alegrarse, esperar, obedecer, amar con un corazón como el nuestro.
María es la Mujer creyente: en ella la fe es apertura total al Dios de la Vida que necesita de su “Sí” para hacerse cercano al hombre. María es la Mujer de la esperanza: en la tarde negra de la soledad del Calvario ella entrevé ya la luz de la Pascua florida. María es la Mujer de la caridad: al pie de la cruz hace, unida a Dios, la entrega sacrificial de su Hijo para la salvación del mundo.
Ella es Mujer de ansias apostólicas: en Pentecostés, reúne a los discípulos de su Hijo para, recibido el Don del Espíritu Santo, animarlos en su quehacer misionero.
María es la perfecta santidad, porque está perfectamente consagrada a Dios. Y es la perfecta santidad porque su maternidad ha acogido a todos los seres humanos como hijos. Toda la gracia con la que Dios nos ha bendecido ha gravitado sobre el “sí” de María. Por tanto, si nuestro destino a la vida eterna y feliz ha dependido de la aceptación de la Virgen, también de su voluntad dependen todos los dones, naturales y sobrenaturales que a tal fin nos conducen: nuestra vida, pues, está en sus manos, manos de Reina y manos de Madre.
Amemos a María, honrémosla con nuestra oración y nuestras obras, confiémosle nuestras preocupaciones y tendremos la experiencia que hace siglos ya describía San Bernardode Claraval: “nunca se ha oído decir que quien ha recurrido a ti ha quedado desamparado”.
Felices fiestas de la Reina de los Ángeles
Vuestros sacerdotes.
En estos días volvemos nuestra mirada a la Virgen María. Si no queremos perder la ruta, es preciso hacer un alto en el camino y descubrir en ella cómo ser verdaderamente cristianos: ella es el espejo en que mirarse.
Dios decidió encontrarse con nosotros como uno de nosotros: para asumir la realidad humana había de ser condición de absoluta necesidad el sí de una mujer. De otro modo no se podría dar verdadera encarnación. Jesús habría sido pura apariencia humana, puro espejismo. Y no sabría por experiencia propia lo que es sufrir, alegrarse, esperar, obedecer, amar con un corazón como el nuestro.
María es la Mujer creyente: en ella la fe es apertura total al Dios de la Vida que necesita de su “Sí” para hacerse cercano al hombre. María es la Mujer de la esperanza: en la tarde negra de la soledad del Calvario ella entrevé ya la luz de la Pascua florida. María es la Mujer de la caridad: al pie de la cruz hace, unida a Dios, la entrega sacrificial de su Hijo para la salvación del mundo.
Ella es Mujer de ansias apostólicas: en Pentecostés, reúne a los discípulos de su Hijo para, recibido el Don del Espíritu Santo, animarlos en su quehacer misionero.
María es la perfecta santidad, porque está perfectamente consagrada a Dios. Y es la perfecta santidad porque su maternidad ha acogido a todos los seres humanos como hijos. Toda la gracia con la que Dios nos ha bendecido ha gravitado sobre el “sí” de María. Por tanto, si nuestro destino a la vida eterna y feliz ha dependido de la aceptación de la Virgen, también de su voluntad dependen todos los dones, naturales y sobrenaturales que a tal fin nos conducen: nuestra vida, pues, está en sus manos, manos de Reina y manos de Madre.
Amemos a María, honrémosla con nuestra oración y nuestras obras, confiémosle nuestras preocupaciones y tendremos la experiencia que hace siglos ya describía San Bernardode Claraval: “nunca se ha oído decir que quien ha recurrido a ti ha quedado desamparado”.
Felices fiestas de la Reina de los Ángeles
Vuestros sacerdotes.