En Marzo, tres vecinos de Sangonera la Verde se lanzaron a la aventura de llegar a uno de los techos del mundo. Francisco Jiménez Torres, Juan josé Fernández Gil y José Jiménez Gil nos cuentan su aventura en Nepal.
Emprendimos nuestro viaje rumbo al país del Himalaya. Desilusionados por la aparente imposibilidad de encontrar al Yeti, nos dispusimos a hacer un trekking hasta los mismos pies del gigante orográfico de la Tierra, el Everest con sus 8848 metros de altitud.
Tuvimos que volar y hacer escalas durante más de 18 horas hasta llegar a la capital Nepalesa. Una vez allí y tras obtener los permisos necesarios para acceder al Parque Nacional, cogimos un avión, el cual nos adentraría en el corazón del Himalaya.
Ahora de verdad comenzaría nuestra empresa. Estuvimos 11 días caminando por parajes impresionantes, desde los bosques de rododendro característicos de la media montaña del lugar, hasta los inhóspitos escenarios glaciares por encima de los 5000 metros de altitud.
En estos días, recorrimos etapas de más de 1000 metros de desnivel acumulado, aunque no dormíamos, más de 600 metros por encima un día de otro, ya que a partir de 3000 metros de altitud pueden surgir los efectos del Mal de Altura. Aún con éstas, no tardaron en aparecer los dolores de cabeza en algunos de nosotros en las etapas a mayor altitud. Afortunadamente, no fue esto motivo de retirada y logramos culminar los dos modestos objetivos que teníamos planeados. El día 26 de marzo nos plantamos en el Campo Base del Everest ante la cascada de hielo, la cual da origen a mayores retos como la escalda de la mayor cima del mundo, con el mismo nombre, o el Lhotse, otro de los Catorce Ochomomiles. Asimismo, haciendo lo propio, el día 27 a las 6 de la mañana estábamos en la cima del Kala Pathar, uno de los montes típicos para quienes hacen este trekking con sus 5540 metros sobre el nivel del mar, observando perplejos, y gélidos, las maravillosas y escarpadas cimas de algunos de los gigantes de la Tierra.
Lugar quizás un tanto incómodo para los que acostumbramos a tener todo tipo de comodidades "primarias" como agua caliente, una cama confortable y cálida, o un simple grifo, el cual abres y sale agua, pero que por otro lado contrasta con la existencia de señal de internet hasta prácticamente la última aldea del valle y la posesión, por parte de los lugareños, de smartphones de última generación. En contrapartida a los anteriormente citados aspectos negativos, tuvimos la ocasión de disfrutar de la famosa e infatigable hospitalidad de la raza Sherpa. Una gente, sin duda alguna, de una pasta diferente, la cual carga más de 40kilos en sus espaldas y toma camino arriba, hablando y riendo con sus compañeros de profesión como si lo del cansancio no fuese con ellos. Además, muchos de ellos, con vestimentas más propias de Mar Menor en agosto que de las tierras montañosas del norte de Nepal.
Así pues, un viaje en el que pasamos frío, nos sentimos cansados, en el que la higiene no fue el plato fuerte, o que nos sentimos enfermos, pero que afrontamos satisfactoriamente con las mochilas llenas de buen humor y ganas de pasarlo bien, además de una buena dosis de adaptabilidad
Aldeas donde durmieron y su respectiva altura, también se puede consultar en el mapa
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